¿Qué va a
ser de este texto por la mañana cuando me despierte sobrio de este vino (¡argentino!)
que me chupé mientras veía a una película (¡argentina!) que no me hacía soñar
con vos? Va, no lo sé. No me importa.
Te extraño,
¿hace falta que te lo diga? Y te sigo esperando aunque trate de convencerme de
que ya no te espero. Me cansa. Pero, día tras día, sé que un día más quiere
decir un día menos en esta larga cola de espera en la que me metiste.
Todavía
espero por el día en el que me vas a cruzar, así de la nada, como lo tramaste.
Me voy a sonreír tratando de disfrazar el
ataque que seguro voy a tener. ¿Mirarte los ojos, una vez más? ¿Abrazarte y
sentirte en mis brazos como antes? ¿Tocarte la piel como un ángel toca al
cielo? ¿Olerte el perfume como la chica enamorada huele a una rosa? No lo sé.
Es como si me muriera y me despertara en otro mundo, en otra dimensión. No,
todavía no estoy listo.
Pero lo
espero. Lo espero a este día como espero por vos. Porque ustedes dos no son
sino la misma cosa. Vos el día. Hoy la noche. Vos la vida, hoy el silencio. Vos
la luz, hoy… hoy la oscuridad.
La
oscuridad, la palabra esta que tuve que buscar en el diccionario. Porque ya no
me acuerdo de tu idioma. No me acuerdo de tu voz. Ni tampoco me acuerdo de nos(otros).
Pero sí, sí me acuerdo de vos. En cualquier idioma.
¡Ay, la puta madre!
¡Ay, la puta madre!
…
Perdón por
la demora, me fui a buscar una copa más.
Pero te decía…
Dale, che,
vení.
Pero no me
avises. Haceme una sorpresa. O, mejor, ignorá todo eso que leíste de un
borracho que se enorgullece y se maravilla viendo las letras que nacen de la
punta de la lapicera.
Seguí con
tu vida. Y dejame seguir con la mía.
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